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¿Qué decir de «Nada» tras leerla por tercera vez? Con cada lectura me llevo muchas cosas de la casa de la calle de Aribau. Algunos aspectos y sucesos de la novela estaban frescos en mi mente, mientras que otros se habían difuminado e incluso borrado, sorprendiéndome como si nunca los hubiese conocido.

Creo que una de las razones que contribuyen a que sea a día de hoy mi libro favorito es el tipo de protagonista que es Andrea. Ella misma lo dice: «Yo tenía un pequeño y ruin papel de espectadora. Imposible salirme de él. Imposible libertarme». Andrea llega a Barcelona rebosante de esperanza y de anhelo, pero el ambiente frío, gris y violento que le toca vivir rompe todas esas ilusiones en pedazos. No llega a conocer, en sus propias palabras, «la vida en su plenitud, la alegría, el interés profundo, el amor», pero tampoco en la miseria que experimenta es del todo protagonista. Más allá del hambre y del frío, parece que las desgracias, la violencia o la manipulación no la tocan directamente, pero pululan alrededor de ella, volviéndolo todo triste y gris.

Sin embargo, Andrea no es un mero medio para conocer la historia y los personajes a los que sí les pasan las cosas que podríamos considerar importantes. Ella tiene pocas líneas de diálogo, pero escucha, observa y sobre todo siente. Aunque pocas veces juzga directamente a su entorno, la historia entera está inevitablemente atravesada por su visión, sus sentimientos ocupan un lugar central en la narración y estoy segura de que la novela no sería en absoluto la misma si hubiese tenido un narrador en tercera persona que observase todo desde fuera.

Los siete maridos de Evelyn Hugo es un libro del que esperaba algo más, aunque no sé muy bien qué. Es una lectura amena, no me fue difícil entrar en la historia y enganchar capítulo tras capítulo para ver qué pasaba, pero me faltaba algo. Quizás era conectar más con lo que me contaba y con los personajes, lo que solo conseguí en momentos muy concretos de la historia. Puede que a mí en general me cueste empatizar con la gente rica (la mayoría de personajes lo son), pero el estilo además no ha ayudado en absoluto, la manera de contar las cosas lo volvía todo superficial: lo que sentían los personajes, cómo se relacionaban, la experiencia de tener una sexualidad no normativa o ser racializada… Quizás se trate de eso, de la superficialidad de Hollywood, del dinero y la fama, pero no me parece que fuese eso lo que la escritora quería contar ni lo que la mayoría de lectores se lleva.

Había oído hablar mucho y muy bien de esta novela, así que esperaba algo mejor. Es el típico problema de las altas expectativas a la hora de leer un libro. Me pregunto si lo hubiera disfrutado más si no hubiera esperado gran cosa de él, pero si no hubiese escuchado esas alabanzas probablemente ni hubiera sabido que existía y no hubiera habido lectura.

En la casa de los sueños es sobre todo unas memorias y un ensayo, pero a la vez es muchas más cosas. En sus páginas le da tiempo a ser un sinfín de géneros y de tópicos literarios que la autora va explorando capítulo a capítulo para hablar de su experiencia con un tema sobre el que casi parece haber un silencio documental: el maltrato en relaciones lésbicas.

Hay algo en el estilo de la autora que no me ha convencido del todo, quizás divagaba demasiado para mi gusto en algunas ocasiones. Sin embargo, me ha gustado esta experimentación con los géneros literarios y me ha gustado, por supuesto, que trate un tema del que se habla tan poco, como si dentro de la comunidad queer nos creyésemos inmunes a la violencia dentro de nuestras relaciones.

Quizás más bien se trata de que cuesta hablar de la violencia de dentro cuando hay tanta que viene de fuera y, como apunta Carmen María Machado, reconocer la primera a veces puede parecer darle la razón a los que ejercen la segunda. Pero es más que necesario. Como dice la autora en el prólogo: «Introduzco en el archivo que la violencia doméstica entre compañeras que comparten género es posible y además no poco corriente, y que puede parecerse a esto. Hablo en el silencio. Tiro la piedra de mi historia a una vasta grieta; midan el vacío por el poco ruido que hace».